Autor: Marlon Gutierrez
Docente UCC
Como comunicador visual, creativo, observo la Revolución Digital con una dualidad fascinante. Por un lado, democratizó herramientas que antes eran exclusivas para élites: hoy cualquier persona con un smartphone puede crear diseños que hubieran requerido un estudio profesional hace 30 años. Plataformas como Canva, Figma o Midjourney ponen al alcance de todos lo que antes demandaba años de formación técnica.
Sin embargo, esta accesibilidad genera una paradoja: ¿masificar la producción equivale a elevar la calidad? El exceso de contenido visual ha creado un ecosistema sobresaturado donde la originalidad lucha por destacar entre algoritmos y tendencias virales. El diseño se ha vuelto desechable: logos que duran un tweet, carteles que mueren en 24 horas en Instagram, identidades visuales que cambian según los likes.
La Inteligencia Artificial agudiza este debate. Herramientas como DALL-E o Adobe Firefly desafían la noción de autoría y creatividad humana. ¿Somos curadores de algoritmos o aún guardamos un espacio para la intuición artística? El diseño basado en datos optimiza engagement, pero often sacrifica la osadía experimental que caracterizó movimientos como el Punk o la Bauhaus.
Como profesionales, nuestro rol ya no es solo dominar software, sino rescatar el pensamiento crítico. La historia nos enseña que cada revolución técnica (desde la imprenta hasta la IA) exige reinventar éticas y narrativas. La era digital no es el fin del diseño, sino un llamado a diseñar con propósito en un mundo que prioriza la velocidad sobre la profundidad.
La revolución digital no mató al diseño, lo retó.
Hoy cualquiera puede “diseñar” desde un smartphone, pero no todos logran contar historias con propósito. Entre tanto scroll infinito, la diferencia no está en el software, está en la visión crítica y creativa que damos como profesionales. Las máquinas generan imágenes. Nosotros damos sentido. El futuro del diseño no es velocidad, es profundidad. La tecnología es herramienta. La humanidad es el algoritmo definitivo. La tecnología es nuestra aliada, pero la humanidad sigue siendo nuestro mejor algoritmo.

